Magangué: un río de emociones y esperanzas

Las casas parecían respirar cuando los ancianos bendecían a quienes traían la ayuda.
  • El nueve de septiembre de 2025, cuando las lluvias quisieron probar la resistencia de sus gentes
  • La ola invernal había dejado huellas de barro y desconsuelo. Pero ese día, las calles se llenaron de colores distintos

Por: Emilio Gutiérrez Yance

Dicen los abuelos que el río Magdalena tiene memoria. Que en sus aguas habitan los cantos de pescadores antiguos, los rezos de madres que esperan a sus hijos y los sueños de los niños que lo miran como un espejo inmenso. En Magangué, ese río no es solo agua: es vena abierta que da vida y, a veces, con la misma fuerza que acaricia, también castiga.

El nueve de septiembre de 2025, cuando las lluvias quisieron probar la resistencia de sus gentes, el barrio Santa Lucía fue testigo de un hecho que parecía tejido entre la realidad y la esperanza. La Policía Nacional, junto al ICBF, el Ejército, la Infantería de Marina, la Fundación Gilbert Santiago y los comerciantes generosos del pueblo, llegaron como si fueran mensajeros enviados por el mismo Magdalena para aliviar las penas de su orilla.

La ola invernal había dejado huellas de barro y desconsuelo. Pero ese día, las calles se llenaron de colores distintos: el rojo de las sonrisas, el amarillo de los juguetes que brincaban en manos de los niños, el blanco de la bienestarina que alimentaba cuerpos y ánimos. Más de cien almas —abuelos, madres, niñas y adolescentes— recibieron no solo arroz fortificado, ropa y calzado, sino también el mensaje silencioso de que no estaban solos.

Las casas parecían respirar cuando los ancianos bendecían a quienes traían la ayuda. Los niños, con juguetes en mano, corrían como si el invierno jamás hubiera pasado, y el aire se impregnaba de una alegría que ni la lluvia pudo apagar. Era como si el mismo río Magdalena, testigo eterno, se inclinara para escuchar esas risas y llevarlas corriente abajo, para que el país entero supiera que Magangué aún canta.

Ese encuentro fue más que un acto solidario: fue un pacto de fe. La comunidad entendió que la unión puede más que la tormenta, que la esperanza florece incluso en las aguas turbias. Y así, entre juegos, abrazos y promesas, nació un nuevo compromiso: seguir construyendo, con manos y corazones, un futuro donde Magangué no solo sobreviva, sino que renazca cada vez que el río lo ponga a prueba.

Dicen que, al caer la tarde, alguien vio reflejado en el río un resplandor distinto, como si las aguas llevaran tatuada la palabra esperanza. Y que, desde entonces, el Magdalena, eterno narrador de estas tierras, guarda en su cauce esta crónica viva, para que no se olvide que, en Magangué, hasta la lluvia sabe convertirse en canción.

"El compromiso de la Policía Nacional con el bienestar de la comunidad se eleva más allá de las palabras y se graba en los anales del tiempo. El comandante del Departamento de Policía Bolívar, coronel Alejandro Reyes Ramírez, con la mirada fija en un horizonte de solidaridad y justicia, afirmó que estas alianzas se fortalecerán aún más, con la noble misión de llevar un rayo de esperanza a cada rincón olvidado de este departamento marcado por la historia y el sufrimiento".